COMENTARIO DEL DIRECTOR ESPIRITUAL A LAS VISIONES

Pórtico

Pórtico

Desde que el Señor se ha dignado hablarnos por medio de sus Mensajes del día siete, hay algo que percibimos los que seguimos mes a mes sus comunicaciones, que esperamos con impaciencia: los procedimientos tan variados y originales que tiene el Señor para irnos implicando y que tomen relieve en nuestra alma sus mensajes, sus palabras de vida eterna. Nos sentimos sorprendidos, y luchando para no dejarnos ganar por un temor servil que no sería de Dios, por la grandeza de estas revelaciones frente a nuestra pequeñez e impotencia. Pero también animados, como hicieron San Pedro y los apóstoles, a ratificar nuestra fidelidad al Señor tras la crisis que produjo el discurso tan sorprendente del Pan de vida entre los discípulos de Jesús: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). El Señor es eterno y siempre nos va a descolocar en nuestro insignificante saber. Nos pueden parecer novedosos sus procedimientos y palabras. Es nuestra percepción imperfecta la que etiqueta como nuevas o chocantes sus palabras. El obrar divino es muchísimo más grande.

Aparte de los análisis que podamos hacer desde nuestros estudios teológicos, las experiencias vividas por personas que estaban alejadas de Dios o apesadumbradas por sus problemas, nos certifican que estamos ante palabras de vida eterna que sobrepasan la capacidad humana de fantasear. Poseen la fuerza de conquistar corazones abiertos a la verdad. Porque son corazones capaces de comparar las esclavitudes a que nos somete el mundo frente a la auténtica libertad que nos comunica la verdad de la Revelación de Dios. Verdad contenida en primerísimo lugar en la Sagrada Escritura unida a la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.

Es el mismo Señor quien ha ido diciendo la función que corresponde a las visiones: esta nueva forma de comunicarnos el Señor su gracia y la luz que necesitamos para no ser engañados en esta etapa en que la confusión parece hacerse dueña de la situación. Pero no es mero conocimiento intelectual. El Señor nos ha hablado de meditar los mensajes ante el Santísimo. Lo que no sabremos nunca agradecer lo suficiente es que quiere como dictarlos a nuestro corazón personalmente en la intimidad de la adoración eucarística. El instrumento elegido por Dios tiene su papel, pero para el Señor cada persona es verdadero hijo al que quiere instruir y fortalecer personalmente en su presencia en el altar. No se puede concebir algo más grandioso, cercano y dulce que nos llegue a todos al corazón. ¡Cómo nos ama el Señor a cada uno y cómo nadie es insignificante para Él! El que nos parece menos importante para nosotros puede ser –y así sucede tantas veces- que sea objeto de las predilecciones del Señor, sin que nos demos cuenta hasta que Dios pone las cosas ante nuestros ciegos ojos.

Por tanto, el fin de estas visiones no es satisfacer la curiosidad, sino asegurar nuestra fidelidad ante la situación tan nueva con respecto a toda nuestra experiencia pasada. El Señor no sigue el juego de nuestras apetencias demasiado humanas, sino que, conforme a la dignidad de hijos de Dios, nos ayuda a ser verdadera imagen suya en medio de una lucha que no es ya contra los poderes de este mundo, o sea, «contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire» (Ef 6,12).

Tengamos presente que estamos en los momentos preciosos de gracia de este año de misericordia que se nos escapa sin haber hecho casi nada por rescatar a nuestros hermanos de las tinieblas. Por medio de las visiones nos ofrece el Señor una nueva ayuda para despertar nuestras conciencias adormecidas. Todo está dicho en la Revelación pública de la Iglesia y nada nuevo añaden las revelaciones privadas, pero no cabe duda que nos ayudan a caer en la cuenta de la actualidad y verdad de lo que Dios ya había revelado en su Palabra con tanta antelación y exactitud, y a recibir una confirmación en el corazón.

Las revelaciones privadas han ejercido sin duda en la Iglesia un papel importante, aunque no de primera magnitud, pero no por eso desdeñable. Así lo ha reconocido el Concilio Vaticano II: después de afirmar que el Espíritu Santo no sólo dirige y santifica al pueblo de Dios por los medios ordinarios, a saber, sacramentos, ministerio apostólico y virtudes, también distribuye gracias especiales entre los fieles sean de la condición que sean, según quiere (1Cor 12,11). Según la constitución Lumen gentium tanto los carismas ordinarios como los extraordinarios (gracias especiales que alguien recibe para el bien de la comunidad eclesial) se deben recibir con agradecimiento, pues son muy útiles a las necesidades de la Iglesia en el momento histórico en que se producen. En el mismo documento se nos da un consejo muy útil en línea con la enseñanza sanjuanista (aunque sin citar al místico español) y es que los dones extraordinarios no se deben pedir temerariamente. Y por último recuerda que el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece «a quienes ejercen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno» (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 12).

Sólo nos queda suplicar humildemente a nuestra Madre, la omnipotencia suplicante, para que tanto fieles como pastores sepamos acoger este momento de gracia y cada uno respondamos en nuestro cometido conforme a la Voluntad de Dios, que es nuestra salvación.

El Director espiritual de Isabel

Mandato del Señor. Visiones

MANDATO DEL SEÑOR

2 de marzo 2016.

Primer miércoles de oración y ayuno del grupo Getsemaní.

30 abril 2016.

MANDATO DEL SEÑOR PARA QUE SEAN COMUNICADAS.

En la Adoración del apostolado, ante Jesús Sacramentado.

En un momento de la adoración viene a mí el recuerdo de que la adoración, el apostolado es en honor de las tres horas de agonía de Cristo. Me viene con unción interior, me puse de rodillas con recogimiento y cerré los ojos. Escucho: “Acompáñame”. Me viene una visión: Jesús caído en el suelo con la Cruz y el hostigamiento de los soldados a nuestro Señor. Veo y siento el dolor de cómo el Santísimo Cuerpo de Cristo está en el suelo; y veo su rostro de dolor diciéndome: “Isabel, ayúdame”, le pregunto al Señor qué puedo hacer. Escucho: “Es el momento de dar a conocer las visiones”, y sigo escuchando que la persecución va a empezar, en breve, que dé tiempo a que todos las conozcan.

Ante mi temor a publicarlas, porque pueden causar miedo y repercutir en la página web, escucho: “Yo tengo el Poder”.

Le digo al Señor que quiero hacer todo lo que Él quiera, pero le pido que me confirme esto que acabo de vivir y escuchar, pues es una gran responsabilidad.

Poco después, de repente, giro mi cabeza hacia la derecha y veo en la pared la estación del Vía Crucis “Jesús cae con la Cruz”, novena estación. Me quedo mirando, es la visión que he tenido, exacta. Yo no sabía que esta estación estaba a mi lado, no sabía siquiera que había una estación de Vía Crucis. Esta es la confirmación que el Señor nos ha dado.